Supongo que el destino tuvo algo que ver cuando, buscando en el Google algún crucero, éste fue el mejor barco en aparecer, nos gustó y decidimos contactar con la empresa organizadora.
Las personas y los mares tienen alma. Eso lo saben quienes conocen personas y quienes tienen la suerte de navegar. Al fin y al cabo recorrer los sentimientos y emociones de los otros y atravesar las olas y perderse entre viento y mar no dejan de ser actividades humanas. El barco es precioso y me sentí del todo confiado al ver la profesionalidad que reina en él. Y por cierto, la cocina, otro diez. Solo espero volver a disfrutarlo en otra ocasión. También nos acordamos de los momentos de relax en la cubierta 12, esas lecciones de manualidades que nos daban tan amablemente y cómo no, las noches: Noches estrelladas en las que nos tumbábamos y parecía que estábamos navegando a través de la vía láctea. Me acuerdo de las piñas coladas en la piscina para alegrarnos las tardes. Lavarnos la cara en medio del Mediterráneo. ¡Qué maravilla! Y las charlas entre cruceristas, siempre agradables, se alargaban en el tiempo durante las horas de luz. 
Normalmente, en las mesas del restaurante, humean los platos de carré con salsas variopintas, pescados variados a la plancha con cebolla y polenta fresca. En el espectáculo, por un rato, se terminan las palabras hasta que la argentina encargada de la animación de los pasajeros, rompe con las formalidades. Muy a su pesar, el show sigue copado por malabaristas, músicos y bailarines. Los aplausos y la música salen de la sala e irrumpen en el bar del nivel 8. Algunos ya buscan la disco.

Recordamos con alegría el segundo día, en marcha casi imperceptible rumbo a Túnez, pues se celebra la bienvenida del capitán.